lunes, octubre 08, 2007

Cantos a Berenice - XII

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¡Y hay quien dice que un gato no vale ni la mitad de un perro muerto!
Yo atestiguo por tu vigilia y tus ensalmos al borde de mi lecho,
curandera a mansalva y arma blanca;
por tu silencio que urde nuestro código con tinta incandescente,
escriba en las cambiantes temporadas del alma;
por tu lenguaje análogo al del vaticinio y el secreto,
traductora de signos dispersos en el viento;
por tu paciencia frente a puertas que caen como lápidas rotas,
intérprete del oráculo imposible;
por tu sabiduría para excavar la noche y descubrir sus presas y sus trampas,
oficiante en las hondas catacumbas del sueño;
por tus ojos cerrados abiertos al revés de toda trama,
vidente ensimismada en el vuelo interior;
por tus orejas como abismos hechizados bajo los sortilegios de la música,
prisionera en las redes de luciérnagas que entretejen los ángeles;
por tu pelambre dulce y la caricia semejante a la hierba de septiembre,
amante de los deslizamientos de la espuma al acecho;
por tu cola que traza las fronteras entre tus posesiones y los reinos ajenos,
princesa en su castillo a la deriva en el mar del momento;
por tu olfato de leguas para medir los pasos de mi ausencia,
triunfadora sobre los espejismos, el eco y la tiniebla;
por tu manera de acercarte en dos pies para no avergonzar mi extraña condición,
compañera de tantas mutaciones en esta centelleante rotación de quince años.
No atestiguo por ti en ninguna zoológica subasta
donde serías siempre la extranjera.
Apuesto por tus venas anudadas al enigmático torbellino de otros astros.
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Num. 12 de Cantos a Berenice (1977)

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